9. Educación y Valores: una propuesta personal

 

En el periodo llamado de la ilustración tardía (1770-1830) tuvo lugar un periodo de idealismo filosófico pedagógico en autores como Hegel, Schelling, Fichte, Herder,  Schleiermacher o Humboldt.  Que dichas reflexiones ocurrieran en aquel momento histórico no es casual. Estamos hablando de un periodo de la historia en la que se produce la transición de una sociedad estamental, propia del antiguo régimen a una sociedad moderna y burguesa que considera que la única discriminación admisible y racional es aquella que deriva de la ley, igual para todos con excepción de sus orígenes nobiliarios. Tampoco es casual que dicha preocupación por la educación aconteciera en Alemania. Hay que tener presente que a finales del siglo XVIII la nación alemana era meramente cultural y no política. Todavía pervivía la arcaica organización política del Imperio sacro-germánico que sólo desapareció como consecuencia de las llamadas guerras napoleónicas. Alemania estaba dividida en un sinfín de pequeños reinos, ducados y principados donde el feudalismo y el absolutismo estaba a la orden del día. En esas circunstancias políticas tan difíciles la única esperanza que tenía la nación alemana, de progresar hacia esa moralización progresiva que defendía Kant en sus escritos ético-políticos,  era de la reforma de la educación. Que esta institución fuera capaz de generar ciudadanos ilustrados capaces de reclamar cambios políticos de calado en su época.  El periodo al que me estoy refiriendo fue uno de especial efervescencia política. Las ideas de los ilustrados alemanes se vieron impulsadas con el estallido de la revolución francesa. Estos pensadores post
ilustrados y románticos vieron en la revolución un momento capital en la historia: un momento axial que diría Jaspers. Un momento de corte entre dos eras de la historia de la humanidad, de forma que la expansión por toda Europa de las ideas revolucionarias traerían consigo un cambio de mentalidades y de instituciones políticas y económicas. Pronto, aquellos pensadores tan proclives ante los avances que traía consigo la revolución vieron como esta devoraba a sus hijos como el dios Saturno. Pronto se dieron cuenta de que la revolución y la consiguiente invasión napoleónica del territorio alemán trajo consigo la anarquía y la pérdida de libertad. Las ideas de los ilustrados franceses pasaron de ser modelo de progreso a manifestación de la barbarie del racionalismo. Kant había entendido la educación como la capacidad para la autodeterminación racional de los individuos. Kant, sólo al final de sus días, se dio cuenta de aquello que Goya muestra en una de sus famosas pinturas negras: que la razón también puede generar monstruos.

Hegel se dio pronto cuenta de que una razón ahistórica, descontextualizada de su propia historia no era una verdadera racionalidad sino pura manifestación de la arbitrariedad de una minoría, como había ocurrido en Francia bajo la égida de la convención jacobina. Humboldt no se mostraba tan pesimista como Hegel con respecto a los frutos de la revolución: la libertad todavía balbuceaba y estaba dando sus primeros pasos hacia su propia maduración posterior. Había, por lo tanto, que aplazar cualquier juicio precipitado sobre los tiempos que a su generación le tocaba vivir.

Estas reflexiones anteriormente citadas me sirven para traer a colación el gran problema que subyace a cualquier reflexión sobre la relación entre educación y valores: la de cómo conciliar la autonomía del sujeto, que debe ser el objetivo de todo proyecto educador, con el respeto a los valores y las tradiciones presentes en una comunidad.

Una educación que no deje margen para el desarrollo de la autonomía moral del individuo desemboca en un simple sistema de reproducción social de las desigualdades existentes. Por el contrario una educación que sólo fomente una visión crítica del individuo y que desprecie el suelo axiológico común del educando se convierte en extremadamente peligrosa y disolvente para la propia comunidad. Todo sistema educativo debería entonces encontrar un punto intermedio entre la búsqueda de la autonomía y la trasmisión de valores y creencias compartidas

Comentarios

  1. Hola Juan Carlos, me ha encantado tu post y estoy bastante de acuerdo con tu propuesta. Después de leer la entrada lo primero que se me ha venido a la cabeza es: ¿Cómo? ¿Cómo podemos encontrar ese punto intermedio? Yo de momento no tengo respuesta, pero no voy a dejar de pensarlo. Gracias por hacerme pensar :)

    ResponderEliminar
  2. Tal vez escuchando e involucrando más al alumnado para que los conocimientos tengan significado.

    ResponderEliminar
  3. Hola! Me ha parecido muy interesante el post y estoy de acuerdo con la propuesta.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

13. Ranking de Blogs : Blogger recognition award

1. El maestro ignorante