20. Gestión del conflicto dentro del aula

 



Uno de los mayores desafíos que se planteó al cuerpo docente del siglo XXI fue la llegada de las TIC a las aulas.

La llegada de las nuevas tecnologías trajo como consecuencia una cuestionamiento sobre la forma en la que el pleno siglo XXI debían trasmitirse los contenidos curriculares.  Vivimos en una sociedad de la información, en la que buena parte de los contenidos que se pueden enseñar en las aulas, se encuentran en la red. Esto ha hecho plantearse a algunos qué sentido tiene la enseñanza tradicional enfocada en la trasmisión oral de los saberes por parte del profesor en el aula. Si los alumnos pueden acceder a la información de la infoesfera a un solo click, ¿ qué sentido tienen las largas horas de clases y los exámenes?

Por otro lado, vivimos en una sociedad que cambia a ritmos vertiginosos y donde los conocimientos se quedan muy pronto obsoletos. La educación tradicional, centrada en la escuela, demasiado institucionalizada y rígida parece que no se adecua a las nuevas exigencias de la sociedad de la información. Esto ha traído como consecuencia una desvalorización de la profesión docente y de la figura del profesor. Si a esto le añadimos que cada vez hay un mayor divorcio entre lo que se enseña en las aulas y lo que demanda el omnipresente mercado parece que estaría cada vez más justificada la aparición de subculturas contrarias a la escuela, especialmente entre los más jóvenes.

Al mismo tiempo vivimos en una sociedad que, como consecuencia del mito de la cultura del que hablara Gustavo Bueno en 1996, cada vez es más tributaria del mito de la cultura y que demanda cada vez una mayor formación como forma de salvar al ser humano de sí mismo.

Esto ha originado que las políticas educativas hayan tendido a incrementar los años de escolarización obligatoria. No es infrecuente encontrar en las aulas de la ESO a multitud de alumnos y alumnas completamente desmotivados y que encuentran la escuela inútil para sus intereses. Como consecuencia de la presencia en las aulas de un cada vez mayor número de alumnos desmotivados se ha producido un incremento de las conductas disruptivas dentro de las aulas.

Este hecho se ve acrecentado en aquellos centros donde se concentran otro tipo de problemáticas relacionadas con la inmigración y el bajo nivel económico de las familias.  Multitud de profesores se muestran alarmados ante el auge de la violencia en las aulas.

Por lo tanto el uso de las TIC y las conductas disruptivas en las aulas son dos de los mayores retos del docente del siglo XXI. En relación con el uso de las TIC parece claro que es imposible poner puertas al campo. Incluso puede que sea contraproducente la prohibición de la entrada de los smartphones y las tabletas a las aulas (a pesar de que los informes vinculan su creciente uso al aumento del síndrome de déficit de atención entre los jóvenes). Otra cosa distinta es la formulación de correctos juicios éticos sobre cómo el profesorado de secundaria debería imponer ciertas normas sobre el uso adecuado de aquellas en las aulas. No es infrecuente que dichos dispositivos se utilicen para propósitos no educativos en las aulas o incluso para promover conductas violentas como el acoso. 

Desde mi punto de vista tan pernicioso es un enfoque demasiado autoritario y restrictivo de uso (al fin y al cabo los dispositivos tecnológicos constituyen formas de cognición ampliada como pone de manifiesto el filósofo de las ciencias cognitivas Andy Clark), como una actitud excesivamente indulgente que permita que se boicotee la clase con su uso indiscriminado. El docente debería negociar su uso al principio de curso, fijando claramente qué se puede y qué no se puede hacer con tales dispositivos en el aula. En caso de infracción de dichas reglas se debería proceder a aplicar aquel tipo de sanción, siempre proporcionada, que se haya negociado previamente entre el alumnado y el profesor.

Mucho más problemático resulta abordar la problemática de la violencia en las aulas. Dejando de lado los casos más extremos que requieren de medidas legales y políticas que se escapan del ámbito de posibilidades del docente, lo ideal sería que el profesorado recibiera una formación adecuada en la mediación de conflictos. Muchos de estos cursos ya se imparten, pero buena parte del cuerpo docente ve estos cursos como meros trámites burocráticos para mejorar su carrera personal. En realidad, estos cursos constituyen una herramienta que permite a los docentes dotarse de los conocimientos y habilidades necesarias para evitar que los conflictos, inevitables, escalen y se cronifiquen. Como se pone de manifiesto en buena parte de estos cursos, resulta fundamental hacer compatibles dos exigencias que parecen, en principio antagónicas; el mantenimiento del la disciplina en las aulas y evitar la estigmatización del alumnado muchas veces catalogado de problemático.

La labor del docente, como se ha puesto de manifiesto en entradas anteriores, responde a las exigencias de la racionalidad práctica. Es un saber hacer contextual que no se deja formalizar en un recetario dado de antemano. Lo único que se puede hacer es dotar al cuerpo docente de la formación adecuada para que, a través de su propia experiencia en las aulas, diseñe los mecanismos adecuados para la resolución de conflictos.

Comentarios

  1. Muy buena entrada Juan Carlos. Me gustaría hacerte una pregunta, ¿qué hay de los criterios a seguir a la hora de elegir fuentes confiables?  A veces los alumnos no están capacitados para elaborar un buen criterio de elección que les permita distinguir, en la web, una fuente confiable y una no confiable, lo que convierte el uso de dispositivos en un arma de doble filo y en un problema para el profesorado. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

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    1. Hola Víctor. Muchas gracias por tu interesante pregunta y por leer mi entrada. Estoy de acuerdo contigo en que no es fácil establecer unos criterios claros sobre cómo usar los dispositivos tecnológicos en el aula. Desde mi punto de vista, se podría fijar a principio de curso una lista de recursos pedagógicos de internet que resultan confiables según el criterio del profesor/a. No se trata evidentemente de pedir al alumnado que consulteel índice scopus de sus fuentes, pero sí darles unas indicaciones generales sobré cómo determinar el grado de fiabilidad de un recurso de internet.

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